En estos trazos, con los que di forma al castillo de Rossena y su torre de vigilancia, Rossenella (a la izquierda del dibujo), hay algo que ya había en ese otro castillo de Numancia dibujado en 1967: los gestos de mi mano.
En el primer caso, cuando deslizaba la sanguina sobre el papel, estaba respirando el aire de una mañana de agosto en Reggio Emilia. Cada roca, hoja de árbol, piedra sillar, hierba, que yo veía, las trasladaba al papel, por medio de un trazo sinuoso y terrenal.
En el dibujo de Numancia, por el contrario, sólo trasladaba/copiaba líneas y colores de un dibujo que alguien había idealizado con intención de "enseñarnos ¿nuestro? pasado".
Aunque en ambos dibujos están mis trazos, la realidad de aquella Numancia es tan inexacta como la división aritmética que realicé aquella mañana de abril de 1967, justo antes de dibujar el castillo.
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