martes, 22 de noviembre de 2011

Tangos y facones


© Ilkhi, 2009

Con este dibujo ilustré el relato de Andrés Portillo en el número cero de AOLDE

                                            TANGOS                                                 
  
  Hombres nunca me faltaron. Los he tenido a cientos. Guardando turno al borde de mi cama. Esperando impacientes en la entrada del burdel. Pero sólo he querido a dos. Uno me robó la vida por guapo, por rufián, por chulo, por versero. Por aquel sombrero caído que le quedaba que ni pintao. El otro me la devolvió a golpe de caricias y ternura, de abrazos y de besos.

....El primero era un porteño liendre, un proxeneta sin corazón ni escrúpulos. Un fulano que anuló mi voluntad para ponerme a sus pies con el chasquido de sus dedos. El segundo, un caballero español, un cordobés que mutó a gallego cuando desembarcó en la Argentina. Que mató a dos hombres: uno en la Madre Patria porque se rió de su mala suerte, y otro aquí, en Buenos Aires, porque abusaba de mí, porque me robaba la vida, porque me anulaba la voluntad... Le abrió las carnes en un cruce de facones en la ribera del Plata, bajo las sombras de la luna nueva. Uno se llamaba Alejo y era el diablo, al otro le nombran Suso, y le quiero con toda el alma.

....Una noche tanguera, en un salón cercano a la antigua Plaza de Lorea, vi a Suso sentado en la mesa más iluminada del cabaret. La más próxima a la orquesta. Miraba embelesado los dedos del gaucho que tocaba el bandoneón, como si quisiera aprender cada uno de sus movimientos, o como si ya los conociera de memoria y disfrutara recordándolos. No estaba solo, un vaso de ginebra y un cigarro encendido en un platito de porcelana le servían de compañía.
....Hacía algún tiempo que frecuentaba el tugurio, poco más de un mes, y nunca, desde el primer día, me pasó desapercibido. Sin embargo, esa noche me pareció más hombre que nunca, más gallardo, más apuesto. Le miré con descaro para llamar su atención. Él reparó en mí y me sostuvo la mirada. Entonces lancé un beso al aire para que lo llevara a sus labios. El galán lo recogió envolviéndolo en un trago largo. Por eso me acerqué y le saqué a bailar, para tenerlo más cerca. Aceptó con una sonrisa y el guiño de un ojo.

....– Te estaba esperando – me dijo al oído.

....Luego, se agarró a mi cintura y me escoltó hasta las baldosas para caminar, muy pegaditos, una milonga de Gardel.

....Entre vueltas y requiebros ocultó las estrellas con su pelo negro. Se apagaron los fanales de Puerto Madero. Ardieron las ascuas de mi rostro cuando me llamó reina mora, cuando dijo que había venido a mi tierra para adorarme. Con un beso me puso en los labios el sabor de la frambuesa y me sacó del antro arrastrándome tras él, ávido de lecho. En un callejón de La Boca enloquecimos y nos arrancamos las ropas desesperados. Él me acarició con ansia. Yo le perfilé con mis besos. Por las esquinas del arrabal llegaba el murmullo de un organillo y, estrangulado entre mis piernas, me lo fui llevando despacito hasta las puertas de la Gloria.

....Al amanecer, recogidos en las sabanas de un hotel barato, le confesé mis honras y pecados. Le hablé de mi infancia miserable en un pueblito de la Pampa. De mi llegada a Buenos Aires con la cabeza llena de sueños, siendo casi una niña. De mis ansias de bailar tango, de cantar tango. De prosperar como Ada Falcón, como Libertad Lamarke. Le conté mi desengaño y mi fuga a Francia, a París, para intentarlo lejos, en la Europa ilusionada de la posguerra. Que también estuve en España, en su tierra; y de nuevo el fracaso. Le dije que antes de partir conocí a Alejo. Que me enamoré de él, de sus malos modos. Que cuando regresé a la Argentina me arrojé a sus brazos. Que desde entonces los hombres pagan por mis besos, por mis caricias... Y yo le pago a él, le entrego la plata para que me proteja, para que no me falte su compañía.

....Suso permaneció callado un instante interminable, eterno, mirándome con ojos tristes. Luego me acarició el pelo, me abrazó con rabia, y me juró que jamás volvería a estar sola; que él cuidaría de mí, que mi plata era mi plata y la suya también. No pude evitar soltar una lágrima cuando le contesté que no era posible, que aquel rufián jamás lo permitiría, que me mataría si se enteraba que andaba con otro.

....Un mes después el guapo estaba muerto, lo encontraron flotando como un leño en la desembocadura del Río de la Plata. Nadie supo quién lo mató, tampoco nadie se preocupó en averiguarlo. Sólo yo, mientras curaba la herida que traía Suso en un costado: un tajo limpio, profundo, – sin importancia – dijo él.

....Ese fue el precio que aquel andaluz cabal pagó para tenerme a su lado.

....– Yo a ti, mi niña, te voy a hacer muy feliz – me juro ante el altar de la Virgen de Luján cuando le dije que quería ser su esposa.

....Hace ya medio siglo de aquello. Pero cincuenta años no es nada cuando se comparten con un hombre de palabra.

Andrés Portillo González

Andrés Portillo escribe en el blog IMAGINA LEBOWSKI (aquí)



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