© Ilkhi, 2019
Cuando he terminado de leer este libro he tenido la misma sensación que tuve en 1994, en el momento que terminé de leer por primera vez Todas las almas de Javier Marías. Cuatro años antes de leer aquel libro yo había estado en Oxford durante seis meses en los mismos lugares a los que se refiere Javier Marías en su novela, de tal modo que aquella toponimia para mí tenía colores, sonidos, olores, sabores y sensaciones táctiles que ya no eran las de Javier Marías, sino las mías propias.
Con esta novela de Aixa de la Cruz me ha ocurrido lo mismo. Cuando Aixa escribe topónimos como estos: Basurto, Indautxu, Górliz, escaleras de la calle Ronda, puente de San Antón, para mí no son meras señales locativas, pues están repletas de una semántica dirigida a mis cinco sentidos.
Son muchos los momentos a lo largo del relato que apelan a la reflexión. Por ejemplo, en el que en una sola frase (no escrita ni en euskera ni en castellano sino en inglés) Aixa resume, magistrálmente, en lo que han desembocado los últimos cuarenta años del País Vasco "Welcome to Dismay-land" (Bienvenido/a al país de la consternación). Lo hace mientras mira el parque acuático flotante junto al espigón de Astondo (Górliz) sobre el cual se desvanece la pintada AMNISTIA "que ya estaba allí cuando nosotras nacimos".
Durante la autopsia (en su significado etimológico) Aixa descubre con hábiles movimientos de sus sinapsis neuronales cómo "el género proviene de un sistema de control panóptico, porque somos ese control". (la palabra "somos" la he puesto yo en negrita).
En esta novela Aixa habla del cuerpo y la culpa, pero lo más esperanzador es que siempre lo hace desde la premisa: CAMBIAR DE IDEA. Este relato de autoficción ensayística que deviene en "autofracción curativa" ha entrado en mis pensamientos como el filo de un Bowie que se abre paso en la carne hasta llegar al hueso.
Con esta novela de Aixa de la Cruz me ha ocurrido lo mismo. Cuando Aixa escribe topónimos como estos: Basurto, Indautxu, Górliz, escaleras de la calle Ronda, puente de San Antón, para mí no son meras señales locativas, pues están repletas de una semántica dirigida a mis cinco sentidos.
Son muchos los momentos a lo largo del relato que apelan a la reflexión. Por ejemplo, en el que en una sola frase (no escrita ni en euskera ni en castellano sino en inglés) Aixa resume, magistrálmente, en lo que han desembocado los últimos cuarenta años del País Vasco "Welcome to Dismay-land" (Bienvenido/a al país de la consternación). Lo hace mientras mira el parque acuático flotante junto al espigón de Astondo (Górliz) sobre el cual se desvanece la pintada AMNISTIA "que ya estaba allí cuando nosotras nacimos".
Durante la autopsia (en su significado etimológico) Aixa descubre con hábiles movimientos de sus sinapsis neuronales cómo "el género proviene de un sistema de control panóptico, porque somos ese control". (la palabra "somos" la he puesto yo en negrita).
En esta novela Aixa habla del cuerpo y la culpa, pero lo más esperanzador es que siempre lo hace desde la premisa: CAMBIAR DE IDEA. Este relato de autoficción ensayística que deviene en "autofracción curativa" ha entrado en mis pensamientos como el filo de un Bowie que se abre paso en la carne hasta llegar al hueso.