6 de agosto de 2001
Según las tendencias curriculares contemporáneas las humanidades son consideradas como un paleocronismo inoperante del que se debe prescindir. Es la doctrina perniciosa del utilitarismo (a doctrine that the useful is the good) que los/as neoliberales predican por todo el mundo.
A los/as niños/as del País Vasco les enseñan quienes fueron Mikelats y Atarrabi,* sin embargo, en la práctica no son más que ornamentos intelectuales para cualquiera de ellos/as, pues el valor mitológico se lo extirpan de sus cerebros a base de pragmatismo. Cuando un panteón mitológico se queda sin significado cultural, sus dioses y semidioses son poco más que especímenes conservados en un museo. Es tan absurdo como si a alguien se le enseñara el código del honor de la esgrima, y acto seguido, se le dijera que olvide todo eso y se prepare para ser una francotiradora pragmática con un rifle de mira telescópica.
Ya en 1976, Juan Daniel Fullaondo escribía esto:
"Frente al pueblo ascendente, lleno de formas, asentado y emergente en su misma tierra, surge el nuevo nómada, el hombre pragmático de las grandes ciudades, sin tradición, "inteligente", sistemáticamente enfrentado y ausente del mundo agrícola, estrictamente atenido a los hechos."
Teniendo en cuenta que en los últimos cincuenta años el número de mujeres y hombres pragmáticos ha crecido exponencialmente. ¿Para qué sirve a esos seres pragmáticos conocer la mitología del pasado?
Se trata del mismo pragmatismo que ha llevado a la pretendida erradicación de las humanidades en la enseñanza, ya que, según los/as tecnócratas que elaboran el currículo de turno, no son útiles en estos tiempos de globalización en los que la crítica filosófica brilla por su ausencia. Estos/as tecnócratas a lo que aspiran es a producir generaciones enteras de clones utilitarios en lugar de ciudadanos/as con capacidad para pensar por sí mismos/as.
*Los hijos de la diosa Mari. Mikelats formaba las tormentas y Atarrabi protegía las cosechas.
P. D.
Al leer esto que escribí hace dieciséis años y medio, me he acordado de este poema con olor a cuadra del caserío Astobieta que el ínclito Batania escribió hace unos años, cuyo título es Mi ciudad.
Extraña ciudad la mía,
aquí se dice que habitan
tres millones de personas,
pero miro en la calle, el trabajo, en el súper, el bar,
en el banco, en el bus, en el metro, en el cine, el estadio
y acabo pensando
que en verdad habita
una
sola
persona
tres millones de veces.