He leído esta frase de Irene Vallejo en su ensayo El infinito en un junco: "Se esconde aquí una atractiva paradoja: que todos podamos amar el pasado es un hecho profundamente revolucionario", y he dado un respingo.
No, Irene Vallejo, no es nada paradójico "que todos podamos amar el pasado es un hecho profundamente revolucionario", ya que si lo fuera, sería tanto como reconocer que la plebe ha conseguido los privilegios que en el pasado solo tenía la aristocracia, y nada más lejos de la realidad, pues los museos públicos no permiten la posesión de sus obras de arte —privilegio de la aristocracia— sino que se pueda acceder a esos lugares llamados "museos" para estudiarlas, ampliar el conocimiento y aplicar la crítica sobre cada una de ellas. No tiene nada de paradójico, en todo caso, es un hecho justo el que se tenga acceso a ese pasado.
Por otro lado, el plural inclusivo que utiliza Vallejo: "que todos podamos amar el pasado", dudo que sea una aspiración deseable por todos/as los/las ciudadanos/as —yo soy más partidario de conocer que de amar el pasado— y aún es más cuestionable que sea "un hecho profundamente revolucionario", ya que los/las que aman el pasado tienden a ser reaccionarios/as. Habría sido paradójico: un hecho aparentemente contrario a la lógica, si los/las ciudadanos/as revolucionarios/as el 18 de noviembre de 1793, el día en que se abrió por primera vez al público la pinacoteca del Louvre, se hubieran llevado a sus casas los cuadros de la Gran Galería, y lo hubieran rubricado con este dictum: "En casa de todo revolucionario debe haber una obra de arte que poseyó la aristocracia".