viernes, 19 de mayo de 2017

El punctum barthesiano en un retrato de John Berger

John Berger fotografiado por Peter Keen en 1962
para el periódico británico The Observer


El fotógrafo Peter Keen nació en West Drayton (Inglaterra) en 1928. Dos años antes de "tomar" esta foto de John Berger, Peter Keen había ganado el prestigioso British Photographer of the Year Award. Keen sabía que una foto no se crea como un dibujo o una pintura, sino que se "toma", literalmente, la luz del objeto sobre la película; también sabía que el objetivo de la cámara y su película registran al modelo, pero es el fotógrafo quien decide cuándo presiona el disparador: tomar/detener el tiempo en una fracción de segundo. Esto es lo que hizo Keen de manera impecable al "tomar" el retrato de Berger.

El escritor freelance Philip Maughan entrevistó a John Berger en 2015, Berger tenía 88 años, y en un momento de la entrevista le llegó a contar esto a Maughan.
"I remember that, up to the age of 30, I was a painter. I'd spend my days in a room I called a studio, drawing and painting".
Probablemente esta foto fue realizada en el estudio que Berger rememoró en aquella entrevista 53 años después. Pero lo que más me llama la atención en esta fotografía es el lapicero que tiene John Berger en su mano derecha; esta sensación perceptiva que tan bien definió Roland Barthes en su libro La Chambre Claire, en 1980, con estas palabras: "C'est lui (le punctum) qui part de la scène, comme une flèche, et vient me percer. [...] Le punctum d'une photo, c'est ce hasard qui, en elle, me point (mais aussi me meurtrit, me poigne)". Como escribió Barthes, este punctum "me hiere, me aflige" me traslada a momentos de mi infancia, cuando, con tan solo cuatro años, cada vez que volvía de la escuela a casa, entre mis avíos para el aprendizaje de la escritura, indefectiblemente, aparecían varios sacapuntas y había desaparecido el lapicero que me daba mi madre cada mañana. Entonces, mi madre, con un sentido común aplastante, me preguntaba: "¿Para qué quieres tantos sacapuntas, si pierdes todos tus lapiceros?" Mi respuesta era estética, pero no verbalizable en aquellos años. ¿Cómo podía explicarle a mi madre la belleza que yo veía en aquellas herramientas, sin la cuales el lapicero no era sino un burdo trozo de madera y grafito?

Cuando cumplí 12 años, y de allí en adelante, los lapiceros los afilé con una navaja, pues para mí aquellos sacapuntas de mi infancia se habían vuelto obsoletos e ineficaces (salvo los muy buenos, acaban rompiendo las minas) ya que no hay nada como una navaja para afilar convenientemente un lapicero.

La grafimenta (no herramienta) perfectamente afilada que sostiene John Berger entre sus dedos en esta fotografía, ha sido y es la piedra/grafito clave de mi arquitectura de creación. Sólo quien lo haya experimentado sabe del placer de afilar un lapicero con una navaja, mientras el cerebro se prepara para afrontar los giros de muñeca y la presión adecuada de los dedos sobre ese lapicero ya afilado. La obra vendrá después, pero ésta no se "toma", se crea.

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