En octubre de 1920 José Ortega y Gasset escribió una crítica sobre una exposición que los pintores Valentín y Ramón Zubiaurre realizaron en Buenos Aires (Argentina). El artículo empieza así.
Los hermanos Zubiaurre son vascos, sordomudos y pintores. Esto quiere decir que hay en ellos tres potencias de mutismo. Ser vasco es, sin más, una renuncia nativa a la expresión verbal. El misterioso pueblo vascongado posee un idioma elemental que apenas sirve para nombrar las cosas materiales, y es por completo inepto para expresar la fluencia fugitiva de la vida interior.
Aquí Ortega y Gasset considera que la lengua vasca es incapaz de desarrollar un pensamiento filosófico. Pero si aplicamos el criterio que tenía Martin Heidegger respecto a las lenguas griega y alemana como las más aptas para la filosofía (Heidegger llego a considerar las lenguas latinas - por la mala traducción de los textos griegos al latín - como no aptas para describir las esencias filosóficas) llegaremos a la conclusión de que Ortega y Gasset filosofaba en una lengua que es absolutamente no apta para ese cometido (ironía a raudales). Curiosamente, Ortega y Gasset hizo proselitismo de las ideas de Heidegger cuando le dijo a Octavio Paz. "Deje la poesía y la literatura, póngase a pensar en serio y aprenda alemán, porque son las lenguas filosóficas, el griego y el alemán". En resumen, tanto Ortega como Heidegger descalificaron determinadas lenguas de modo arbitrario.
Evidentemente el País Vasco no tuvo algo similar a la Escuela de Elea en el siglo V a. C. ni lo ha tenido en los últimos dos mil años, pero eso no significa que su lengua, el euskera, no sea apta "para expresar la fluencia fugitiva de la vida interior", tal y como pueden hacerlo las miles de lenguas que se hablan en el mundo, eso sí, ninguna de ellas lo hará de igual modo.
Respecto a lo de "misterioso pueblo vascongado", pienso que es una rémora que aún persiste en el imaginario colectivo. El que una cultura sea diferente no la convierte en misteriosa per se, puede ser desconocida pero no misteriosa.
Si de algo tenemos que librarnos es de esa tiránica subordinación al pensamiento del pasado que se solidifica en las universidades. Ese modo de filosofar que no quiere salir de los límites que le impuso el pasado. La lechuza de Minerva debe alzar su vuelo en la aurora y no en el ocaso.