Derviche dibujado por el artista calígrafo Adem Erdogan Varli
(La hibridación entre lo caligráfico y lo figurativo)
© Ilkhi, 2015
Lámpara y semicúpula de la basílica de Santa Sofía, siglo VI
(vista desde el matrorium)
© Ilkhi, 2015
Patio del baptisterio de Santa Sofía
© Ilkhi, 2015
Semicúpulas en la Mezquita Azul, siglo XVII
© Ilkhi, 2015
La luz interior se proyecta sobre la exterior de la Mezquita Azul, siglo XVII
© Ilkhi, 2015
Pináculo del mimbar (púlpito) y capitel en la mezquita conocida como La Pequeña Sofía, siglo VI, fue construida en 527 (cinco años antes que Santa Sofía) durante todo el periodo bizantino fue una iglesia dedicada a los santos Sergio y Baco, se convirtió en mezquita tras la caída de Constantinopla en 1453.
© Ilkhi, 2015
El placer de los ojos está por encima del etos
© Ilkhi, 2015
Fuente en los pabellones de los jardines del palacio Topkapi
© Ilkhi, 2015
¿Dónde está la belleza de la basílica de Santa Sofía, en el ladrillo pulverizado con el que aglutinaron la argamasa que unió los ladrillos de su cúpula, en los mosaicos dorados que la cubrieron o en las columnas de pórfido de Egipto y mármol verde de Tesalia que la sustentan?
Quizá su belleza resida en todos estos materiales que he mencionado y alguno más, también puede que esté en algo más sutil y místico como es el sentido/placer de la vista pasado por el tamiz de nuestra psique.
Qué intrepidez la de aquellos arquitectos que consiguieron bajar la bóveda celeste a escala humana. La superposición espacial de sus cúpulas es de una belleza suprema, nunca me había emocionado tanto al ver como se fenomenaliza el espacio en estos templos bizantinos, desde que vi en Roma la iglesia barroca San Carlino alle Quattro Fontane, diseñada en 1638 por el arquitecto Francesco Borromini heredero de los arquitectos de Santa Sofía, Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto.