© Ilkhi, 2013
El hombre de cultura, a diferencia del hombre civilizado, se comporta como un invitado en una casa extraña de este universo diversificado. De hecho, la globalización imperialista ha sustituido el "sentido de la tierra" del hombre de cultura por el cosmopolitismo "rizomático" del hombre derriniano que desplaza al hombre del centro de su mundo. La intención del hombre de cultura es volver al "sentido de la tierra". Pero en un mundo donde la cosmología del pasado ha dejado de ser su prótesis existencial es difícil encontrar algún apoyo en su entorno.
En el siglo XIX se intentó un renacimiento cultural vasco basado en un revisionismo pseudocientífico: La Leyenda de Aitor, 1845, de Joseph Augustin Chaho (1811-1858). En definitiva, sublimaba un pasado fantasioso y pretendía perpetuar una cultura agonizante (en algunos aspectos absolutamente muerta) tratando de acomodarla en un parque temático de cartón piedra, similar al que habitan las lenguas mayoritarias con un alto grado de civilización.
Si el euskera lo hablaran 1400 millones de personas (como el inglés) no se garantizaría lo más mínimo su pervivencia cultural, en todo caso, aseguraría su persistencia en el tiempo (caso del inglés). Cualquier lengua pierde su carácter cultural cuando se convierte en un mero intercambio de datos e ideas con las lenguas dominantes, estas últimas son muy eficaces desde el punto de vista funcional, (prueba de ello es la aculturación practicada sobre el resto de las lenguas en los dos últimos siglos) pero resultan inútiles para la identificación epistemológica de la cultura propia, además de conllevar un suicidio cultural.
Del mismo modo que los vascos del siglo XX no podían identificarse con los antepasados que pintaron los caballos y toros en la cueva de Lascaux hace 18000 años (las pinturas fueron descubiertas en 1940. Los estudios arqueológicos y etnográficos realizados hasta ahora no han ido más allá de simples especulaciones respecto al significado de esas pinturas rupestres) los vascos del siglo XXI tampoco pueden identificarse con una cultura periclitada que trata de subsistir con respiración asistida, salvo que las normas de uso del idioma formen parte de su comportamiento cultural, pero esto último no lo garantiza el uso reiterado y mayoritario de un idioma, sino la puesta en práctica de una cosmología propia y en continua evolución, es decir, cuando el idioma no es un remedo de otra lengua mayoritaria, sino la expresión de su propio cáracter cultural.
El euskera no evolucionará por el hecho de utilizar más o menos anglicismos y chinismos en su vocabulario, sino a fuerza de adecuar y mejorar (sin copiar a otros idiomas) su diferente forma de explicar el mundo en la época actual donde se ha reemplazado la fe en lo obvio por otra fe compulsiva en lo que no es obvio, es decir, aquello que resulta descubierto después de un análisis. En pocas palabras, en lugar de mantener una reliquia fosilizada, se debe abonar este árbol vivo llamado euskera que ya no tiene raíces rectilíneas.