Handik goiti... (A partir de entonces...)
el muro de la cárcel imaginaria lo construimos nosotros
© Ilkhi, 2013
El otro día, mientras paseaba por el barrio como un flâneur suburbano, descubrí este grafito, se componía de cuatro letras aparentemente anodinas: TATE, pero en la letra E había algo que no era de "ahí", venía de otro sitio. Sentí una cierta perturbación semiológica. Hasta que dije ¡TATE! (a "Tate's Cube Sugar" melted in the memory) aquel signo gráfico, en el interior de la letra E, me había trasladado a la inscripción de una urna sepulcral etrusca del siglo VIII a. C; a una xilografía titulada GOITI que Eduardo Chillida realizó en 1983; y a la portada del Nº 0 de la revista TA(R)TE, diseñada por Txomin Badiola en 1983.
Por supuesto, es muy posible que el grafitero no conociera los glifos etruscos ni la xilografía de Chillida, y mucho menos la portada de una revista de arte minoritaria, editada a principios de los 80, y de la cual no se llegó a editar más números.
Me permitió ver con más claridad cómo la masificación continua y estandarizada de las imágenes hace que nuestro sentido de lo "real" se vea condicionado por un diccionario visual que la industria cultural y sus arqueologías sincrónicas (en las que muchos posmodernos abrevan sin cesar) considera ya acabado, sin más posibilidades que la conmutación semiótica de sus vocablos visuales.
Si pensamos que la historia del arte es un archivo canónico de un universo visual acabado, no iremos muy lejos, pues estaremos atrapados en una cárcel construida con lo que, presuntuosamente, llamamos "real".
Debemos ir de una conciencia paradigmática fosilizada a una conciencia en perpetuo estado de abierto, puesto que la interpretación no está solo en lo previamente comprendido.