En los últimos años de su vida, Jorge Oteiza se convirtió en una especie de terrible vieillard de opereta que lanzaba invectivas contra las instituciones, pero en el fondo transigía con todo lo que anteriormente había sido inflexible. Por ejemplo: él permitió convertir en megaférricas esculturas algunas que habían sido microesculturas de su laboratorio experimental. Oteiza, que otrora había sido el azote de todas las construcciones megalíticas europeas, acabó permitiendo que lo que había pertenecido a su experimental investigación estética deviniera en unas megaférricas esculturas que son percibidas más como "Mickey Mouses" vernáculos que como una investigación estética.
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