23 de noviembre de 2020
Lo que veo a través del ventanal de la habitación del hospital Gregorio Marañón no es un hayedo inmerso en la niebla, ni un acantilado en la costa vizcaína con el mar embravecido rompiendo sus olas contra él. Lo que realmente veo es una grúa pluma que se mueve de 8 de la mañana a 6 de la tarde como un cleptocronos que me hurtara el tiempo.
Cómo me gustaría escuchar el estridor metálico de una perdiz alzando el vuelo: composición musical sin partitura que ni el gran Johann Sebastian Bach llegó a superar. También me gustaría haber podido ir a los avellanedos de Somosierra. Ahora la luna está en cuarto creciente, esa fase lunar y ese tiempo en que se puede cortar una excelente vara de avellano, de esas que cuando se secan se asemejan en dureza a un buen hierro forjado, pero mucho más ligera y flexible.
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