22 de junio de 2003
Mientras admiro la catedral de León pienso que las vidas de los que la construyeron tenían sentido ENTREmientras construían un templo para Dios. Hoy en día, lo que hicieron ha perdido su sentido primigenio y su contemplación es un mero ENTREtenimiento vital y virtual en ciudades que son parques temáticos: droga y virus de nuestro tiempo. Los tourist-junkies engullen la junk food cultural como si no tuvieran papilas gustativas, ellos creen estar mejor preparados intelectual, espiritual y técnicamente que las sociedades que les precedieron, pero se equivocan, pues lo que poseen es información que en la mayoría de los casos es obsoleta, tergiversada, falsa e inconexa, es decir, inservible para la contemporaneidad en la que vivimos. El criterio de esta gente no procede de sus experiencias, sino de la seudoinformación que les proporcionan los mass media. Las sociedades anteriores a la actual vivían con sus tiempos, por el contrario, ahora se vive como si no hubiera pasado ni futuro y, a la vez, como si se conociera tanto el tiempo pasado como el venidero. Esta actitud contradictoria e indiferente respecto al tiempo se puede ver en la transformación del lema nihilista "No future" de los punks en un discrónico "The future has already happened" de los cyberpunks, ya que en este último "future" están el pasado y el presente incluidos.
Por otro lado, cada vez quedan menos personas que nos digan que tienen tiempo; la mayoría acabarán comprándolo. Nada queda a salvo de la reificación. Hoy en día, al tiempo lo han convertido en una materia prima (commodity) y como tal se compra y se vende, no me extrañaría ver el Tiempo en la tabla de materias primas del Financial Times, junto al Brent Crude Oil y el Palladium. Ya no serán "tiempos de finanzas" sino "finanzas discrónicas". Todo lo que percibimos a través de los cinco sentidos tiene, por encima de todo, un valor numérico/digital. Los deseos de miles de millones de personas serán medidos y pesados algorítmicamente sin cesar. La distopía está servida y el protocolo capitalista ordena su consumo discrónico.
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