He recordado aquel momento extático cuando un alférez, en la enfermería del cuartel Infanta Isabel de Cáceres, me dijo: ¡No seas místico!
Pienso que fue tan inútil su admonición como si un benedictino se hubiera encontrado a un soldado cargando con la bayoneta calada en el claustro de Santo Domingo de Silos, y el monje le hubiera dicho: ¡No seas violento!
En ninguno de estos dos casos se puede eludir la acción, pues ni la espiritualidad ni la violencia se pueden erradicar con imperativos.
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