Una luz y un pasillo de tiempo
© Ilkhi, 1983
En una aldea vizcaína llamada Uriondo pasaba los fines de semana de 1982 a 1985, en un caserío en el que no había agua corriente ni energía eléctrica. Era como si el tiempo se hubiera detenido hace dos siglos. El agua la cogíamos de una fuente comunal que había junto al caserío y las habitaciones las alumbrábamos con velas. Los aldeanos y aldeanas que allí vivían lo hacían de un modo muy parecido al de sus tatarabuelos. Allí no había explotaciones agropecuarias intensivas, por el contrario, un huerto para el consumo propio, un pequeño rebaño de ovejas y una vaca lechera, eso era todo. Estos aldeanos, excepcionalmente, bajaban a Bilbao y cuando lo hacían nos contaban lo muy desorientados que se sentían al pasear por sus calles. No había duda, aquel modo de vida estaba llegando a su fin.
Veinte años después volví a visitar Uriondo y me encontré semiderruido el caserío en el que habíamos estado en los años 80, otros caseríos habían sido rehabilitados, la energía eléctrica había llegado a la aldea y el agua corriente se había introducido en los caseríos, pero ya no había vida en la entrada de aquellos caseríos donde poder conversar con los aldeanos -probablemente ya habían muerto los que habíamos conocido entonces- pero tampoco se podía conversar con las nuevas generaciones, pues habían trasladado todas las "comodidades" de la urbe a la aldea y con ellas habían sellado el divorcio entre ellos y el cosmos. Habían roto el contrato que sus antepasados tenían con la naturaleza.
Veinte años después volví a visitar Uriondo y me encontré semiderruido el caserío en el que habíamos estado en los años 80, otros caseríos habían sido rehabilitados, la energía eléctrica había llegado a la aldea y el agua corriente se había introducido en los caseríos, pero ya no había vida en la entrada de aquellos caseríos donde poder conversar con los aldeanos -probablemente ya habían muerto los que habíamos conocido entonces- pero tampoco se podía conversar con las nuevas generaciones, pues habían trasladado todas las "comodidades" de la urbe a la aldea y con ellas habían sellado el divorcio entre ellos y el cosmos. Habían roto el contrato que sus antepasados tenían con la naturaleza.
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