Watching their name go by
When a mere wavelet of ego is incomprehensible
© Ilkhi, 2014
El grafito reafirmativo del apellido de su realizador se viene haciendo desde hace miles de años. En las pirámides del Antiguo Egipto, hace más de tres mil años, los que pasaban por allí tallaban sus nombres en la piedra para pasar nominalmente a la posteridad. Más recientemente, en 1972, en los vagones del metro de Nueva York aparecían "firmas" como "CAY 161" o "TAKI 183" hechas con aerosoles. Lo que Norman Mailer en su ensayo The Faith of Graffiti, 1974, consideró como "una conexión sentimental y directa con el mundo". 42 años después, desde Reykjavik a Ciudad del Cabo, desde Vancouver a Ushuaia y desde Anádyr a Wellington, los grafiti (d)escriben el mundo.
El problema estriba en que cuando se descargan los vagones semánticos de las palabras, estas se mueren. Cuando al apellido Telechea, cuyo significado es (La casa de teja) lo hacemos desaparecer u obviamos su significado, la realidad se desvanece ante nuestros ojos, y solo quedan signos lingüísticos arbitrarios, es decir, el vacío decorado.
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