© Ilkhi, 2014
En el mes de septiembre de 2000 pude ver en Roma una de las más importantes obras arquitectónicas, no ya del barroco, sino de toda la historia del arte: San Carlino alle Quattro Fontane, proyectada por el arquitecto Francesco Borromini en 1634. No tiene la grandiosidad de San Pedro del Vaticano, pero su síntesis formal del espacio lo supera con creces. Cada línea, curva, triángulo, círculo y elipse se entrelazan en un tejido continuo en el que la materia se transustancia en geometría mística.
El dibujo que veis sobre estas líneas es el plano de planta de San Carlino que Borromini diseñó en 1634. Lo descubrí en la Biblioteca Nacional de Florencia y lo pasé a mi cuaderno de viaje. Un mes más tarde, remarqué con hematites los triángulos de proyección de las curvas de la fachada, ahí donde la belleza invisible se hace patente. Es como si Borromini viera el espacio teleológicamente: una unidad articulada que no se pudiera descomponer en elementos independientes.
Borromini escribió en su OPUS ARQUITECTONICUM: "perche se l'edifitio si potesse fare di robba cotta tutta d'un pezzo senza alcuna commissione è certo che sarebbe cosa bellissima".
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